
viernes, 20 de mayo de 2011
Estoy indignad@

domingo, 15 de mayo de 2011
A lápiz y carbonilla
sábado, 14 de mayo de 2011
La Cruz

El sedal que parte del rodillo de proa descansa flácido unos metros sobre la superficie y se hunde ¡Ay, mi amor! Si pudieras sentir todo el vigor que anima ahora mi viejo cuerpo, entenderías.
Un tirabuzón de cirros espesos adorna el ocaso. El sol naufraga detrás del turquesa del mar, y tiñe de un lila central las nubes, que se desdibujan en sus bordes, hasta el gris, y desaparecen. Siguiendo el rizo que casi toca el agua, divisa la isla de San Mamerto. Sus ojos recorren la costa escarpada que se hace cordillera, y suben por el contorno de los picos nevados hasta el cielo, que se apaga. Sabe que es una leyenda, un espejismo. Una burla a los desorientados, y se resiste a la idea, como si, por el solo hecho de hacerlo, pudiera revertir su infortunio. Y la isla desaparece. Y su mirada queda colgada de los primeros destellos de
-¡Ahí está el Sur!
Como si saberlo le ayudara en algo ¿El Sur de qué? Sigue perdido. Se arrebuja en el fondo de su chalupa. Siente el frío del mar que penetra la tablazón y se le clava en las costillas. Se arropa varias veces en la chaqueta y se regocija en sus olores cálidos.
Cien metros, ciento veinte quizás. Calcula. Lo que el Narval se llevó al fondo. Diez horas de arrastre y ninguna costa a la vista.
Mira los cuatro destellos. Curiosa alineación de parejas. Confluencia en la famosa perpendicular ¿Quién diría? Se están dispersando. Año a año, minuto a minuto. Huyen sus estrellas de la forma, cada una a formar su propia constelación. A dejar sin guía al pobre hemisferio de los naufragios. Eso dicen los marinos del puerto, pero puede ser otra mentira. Las disfrutan, inventan una tras otra para burlarse de la gente.
Como se burlan de mí:
–Andá, traé uno grande, que esta vez no se te escape. Si, un aguja, o mejor, un tiburón, ja, ja, ja. –Un Narval, eso les voy a traer, el más grande, el Unicornio. Ya van a ver. Se los voy a dejar ahí, en la orilla, les van a doler los ojos de verlo ¿Verdad mi amor? Y después no más, después cuelgo la chaqueta y vendemos el bote. Se acabó el mar. Sólo una última vez, te lo prometo. Esta vez sí es la última.
La cruz ya giró los doscientos cuarenta grados que anticipan el amanecer, y el sedal sigue inmóvil. No siente las manos escarchadas. Tiene ganas de silbar. Algo, no sabe qué, y resopla torpe, desentona una marcha, desafiando al fenómeno.
Apenas puede asirse de los remos cuando el cabo se tensa y el bote es impulsado hacia adelante a una velocidad imposible. El amanecer, asoma dorado sobre las olas. El cabo se tensa. El mar se hace añicos.
Divino, capturando todos los rayos en su magnífico colmillo, emerge al final de la cuerda, el Pez.