lunes, 31 de octubre de 2011

Sobrevuelos

Más del 54% de las personas dicen haber visto como el fantasma del dolar sobrevolaba Buenos Aires. No se puede confiar en nada.

viernes, 21 de octubre de 2011

¡Grande, Tito!

Matías Pancher, Tito, primer comprador oficial de "Sagrada" en la librería "El Gato Escaldado". Gente así es la que hace grande este País. Tito, lector predilecto de Editorial Wu Wei.

martes, 20 de septiembre de 2011

Sin fecha

Editorial Mateu. Colección Juvenil Cadete. Traducción: Manuel Rossell Pesant. Ilustraciones: Fariñas. Por ningún lado encontré la fecha de edición, pero se imprimió en "Revista Ibérica" que queda (o quedaba) en Templarios 12, Barcelona. Ojalá que siga allí, se lo merecen, es una muy bonita edición; lo cierto es que llamé al número que aparece (21 11 47) y no responden. Si alguien pasa por la puerta y tiene ganas de averiguar, se lo voy a agradecer.

Che, acabo de ver la foto de ayer y el dibujo del capitán Ahab. No me lo pueden negar, sorprendente parecido. Emocionante.

lunes, 19 de septiembre de 2011

TERRIBLE

Hoy me mandaron esta (y otras) fotos de un evento en el que participé, y me doy cuenta por primera vez en mi vida que tengo 40 años y ya se me notan. Puta madre, yo pensaba que todavía no se me notaba. Estoy pensando en clavarme un Koleston.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Dale, probá, dejale pasar la lengua. Seguro que después va y se tira en el colchón, el turro. Igual igual hacía Blanquito, así le fue al pobre. Pero la cana lo mató de puro cebados que son. Como cinco años hacía que andaba por acá, y que yo sepa nunca mordió a nadie.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Adentro

¡Mirá! Te encaro y te lo digo porque no quiero que después tengas quilombo. Ese pibe que trajiste no sirve para nada. Además es medio rarito, no sé, me da mala espina ¡Eh! Está acá entre las máquinas y de golpe desaparece. No sé que hace, se pierde entre las cajas. Si no, se mete en el baño y se pasa una hora ahí adentro. A mi no me calienta, vos sabés que yo me banco solo el laburo, pero fijate. Te digo por vos. Yo viste que te cumplo, te cuido las máquinas, las limpio, te barro todo. Porque este come y te deja todo ahí tirado, se ve que esta acostumbrado como chancho, será así en la casa, no sé. Vos traes a cada uno. Si querés conseguirme alguien que me ayude, traete una minita, como esas que cargan nafta en la Shell ¿Sabés cuales te digo? Esas que están ahí, que se clavan la calza hasta el hígado ¡Juaaa! Dale, trae una de esas, te laburo gratis. Bah, gratis no, no te emociones, pero por ahí me enamoro ¿Quién te dice? Yo ya estoy en edad de formar una familia ¡Juaaa! ¿Te imaginás yo con una de esas perras? No, hablando en serio, fijate lo que hacés con ese pibe. Además desde que está él, siempre que entro al baño, hay ahí apoyado un conito vacío, de esos de plástico ¿Sabés cuales te digo? Los del hilo. Yo no sé que hace, para mi, se mete en el baño y se lo emperica, yo no se que pensar. Yo cuido tu empresa. Mirá si un día de estos lo tenés que llevar al hospital. Es tan boludo que por ahí se le queda adentro ¡Juaaa!

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Parte de la mitología sobre la que se edifica Sagrada.

-Rezongaron los frenos y toda la carrocería tembló hasta detenerse. Por la última puerta bajó ella. Dos pasos de sus piernas como escarbadientes y estaba en la vereda. Metió la mano en la cartera. Volvió a bramar el motor y en segundos la ruta quedó desierta. Se acercó al único farol sin dejar de revolver hasta que los encontró. Él seguía cada movimiento recostado en el muro a resguardo de las luces. El viento traía cada tanto el perfume del basural y ella intentaba, varias veces sin éxito, encenderlo. Cuando finalmente aspiró la primera bocanada, él dejó escapar una mueca de asco. Pasó frente al tipo como si no lo hubiera visto. Él esperó unos segundos, se esforzó hacia adelante separándose del muro y se lanzó tras ella. Ella intuyó la sombra tras de sí que se alargaba sobre el suelo irregular y apuró el paso. Él se dio cuenta y sonrío con malicia. Se le hizo larga la cuadra del galpón a medio demoler, obligada a hacer equilibrio evitando los cascotes. Alcanzó la esquina y dobló hacia los ranchos, demorando el rabillo del ojo en la sombra que se aproximaba. Él, que conocía el terreno se relamió. Apenas dejó de verla se lanzó casi corriendo. Seguramente quería agarrarla antes de que se metiera en la villa. Al doblar se dio cuenta de que era tarde. Estaba jodido. La vio que asomaba por detrás y se reía. Ya estaba sujeto del cogote cuando ella tiró el cigarrillo, descalabró las piernitas en un movimiento imposible y se sentó en los escombros a mirar. El tipo llegó a lamentarse; hacía sólo dos días que había salido de Devoto...

domingo, 4 de septiembre de 2011

¡Salió "Sagrada"

¿Por qué es importante este libro?, me pregunto mientras lo releo tratando de encontrar algunas pistas que me guíen hacia ciertas ideas que voy a necesitar a la hora de escribir esta contratapa. Y se me viene a la mente una imagen, que es la imagen de un lugar, una ciudad o, más bien, una zona de una ciudad, digamos un barrio, o un conjunto de barrios, vistos desde el cielo, de noche. Una visión aérea nocturna de una zona. Se ve el trazado de calles, por el alumbrado público, y se ven las avenidas y rutas que más o menos lo delimitan. No se ve a la gente. En realidad, no se la llega a ver, pero está.

Sagrada es importante por esto: porque pone a la gente en esa imagen. Y traza, entre esa gente, las líneas que la conectan. Esas líneas son las historias, los objetos (un dibujo que hace llorar, un pañuelo de mago que da monedas de un peso, zapatos, una caja de Playstation llena de dinero, etc.) y las emociones que esas historias provocan en quien las vive. Sagrada es como una visión aérea nocturna de un barrio que a la vez incluye lo que da vida a ese barrio, las historias de sexo, violencia, corrupción, belleza y amor que viven con y en ese barrio.

Sagrada es la historia íntima y política de un lugar, es su mapa vivo.

Mariano Blatt

sábado, 9 de julio de 2011

Adiós

Cuando Sibila era chiquita, para que durmiera le cantaba aquello de "vuele bajo/porque abajo/está la verdad"

viernes, 20 de mayo de 2011

Estoy indignad@

Parece que en Europa, aquella gente tan bonita y de bien, ha descubierto una nueva forma de protesta. -Prende la camarita, Almudena, que ya verás lo que pongo en este papelito -y la señora muestra la palabra "indignad@" escrita en su hoja A4, y se queja. Se queja del gobierno socialista que los ha mandado al paro, y de los inmigrantes que le quitan el trabajo y del director del FMI que sometió a su mucama africana a un horrendo abuso y pide que lo echen a patadas. Lástima que cuando ese mismo director sometía a un abuso peor a toda la población de Africa, lo consideraban un tipo digno de un mejor salario y un candidato natural a la presidencia de Francia. Allá parece que la están pasando mal, no les gusta el sabor de la mierda que les toca comer y por youtube nos lo dicen. Acá hace 200 años que comemos lo mismo. Tan terrible no debe ser, llegó la hora de vivir del trabajo propio y no del ajeno.

domingo, 15 de mayo de 2011

A lápiz y carbonilla

Bruguera, Círculo de Lectores. Barcelona 1975. Traducción: José Antonio Vidal Sales. Ilustraciones: Ballestar

sábado, 14 de mayo de 2011

La Cruz

El sedal que parte del rodillo de proa descansa flácido unos metros sobre la superficie y se hunde ¡Ay, mi amor! Si pudieras sentir todo el vigor que anima ahora mi viejo cuerpo, entenderías.

Un tirabuzón de cirros espesos adorna el ocaso. El sol naufraga detrás del turquesa del mar, y tiñe de un lila central las nubes, que se desdibujan en sus bordes, hasta el gris, y desaparecen. Siguiendo el rizo que casi toca el agua, divisa la isla de San Mamerto. Sus ojos recorren la costa escarpada que se hace cordillera, y suben por el contorno de los picos nevados hasta el cielo, que se apaga. Sabe que es una leyenda, un espejismo. Una burla a los desorientados, y se resiste a la idea, como si, por el solo hecho de hacerlo, pudiera revertir su infortunio. Y la isla desaparece. Y su mirada queda colgada de los primeros destellos de la Cruz del Sur. La ve girar sobre el eje invisible, registra el movimiento, grado a grado, y prolonga el palo mayor, dos veces y media, hacia la cúpula negra. Así le enseñaron. Retienen y retienen sus pupilas el fruto de la medición, y cuando los párpados no resisten la vista fija en la nada, deja caer el punto imaginario, que se pierde, sin salpicaduras, en el mar.

-¡Ahí está el Sur!

Como si saberlo le ayudara en algo ¿El Sur de qué? Sigue perdido. Se arrebuja en el fondo de su chalupa. Siente el frío del mar que penetra la tablazón y se le clava en las costillas. Se arropa varias veces en la chaqueta y se regocija en sus olores cálidos.

Cien metros, ciento veinte quizás. Calcula. Lo que el Narval se llevó al fondo. Diez horas de arrastre y ninguna costa a la vista.

Mira los cuatro destellos. Curiosa alineación de parejas. Confluencia en la famosa perpendicular ¿Quién diría? Se están dispersando. Año a año, minuto a minuto. Huyen sus estrellas de la forma, cada una a formar su propia constelación. A dejar sin guía al pobre hemisferio de los naufragios. Eso dicen los marinos del puerto, pero puede ser otra mentira. Las disfrutan, inventan una tras otra para burlarse de la gente.

Como se burlan de mí:

–Andá, traé uno grande, que esta vez no se te escape. Si, un aguja, o mejor, un tiburón, ja, ja, ja. –Un Narval, eso les voy a traer, el más grande, el Unicornio. Ya van a ver. Se los voy a dejar ahí, en la orilla, les van a doler los ojos de verlo ¿Verdad mi amor? Y después no más, después cuelgo la chaqueta y vendemos el bote. Se acabó el mar. Sólo una última vez, te lo prometo. Esta vez sí es la última.

La cruz ya giró los doscientos cuarenta grados que anticipan el amanecer, y el sedal sigue inmóvil. No siente las manos escarchadas. Tiene ganas de silbar. Algo, no sabe qué, y resopla torpe, desentona una marcha, desafiando al fenómeno.

Apenas puede asirse de los remos cuando el cabo se tensa y el bote es impulsado hacia adelante a una velocidad imposible. El amanecer, asoma dorado sobre las olas. El cabo se tensa. El mar se hace añicos.

Divino, capturando todos los rayos en su magnífico colmillo, emerge al final de la cuerda, el Pez.

lunes, 2 de mayo de 2011

Encuentre las 7 diferencias

El premio Nobel de la Paz mató a tiros a Bin Laden. -El mundo es un lugar mucho más seguro ahora -dijo y mandó reforzar la seguridad por miedo a las represalias. Todo el mundo está feliz y Holywood prepara una nueva batería de películas en las que los negros vuelvan a ser buenos.

sábado, 30 de abril de 2011

lunes, 25 de abril de 2011

Recontra-clásico


Editorial ACME. Colección Robin Hood. Primera Edición, Noviembre 1956.
Traducción: I. Gelstein. Ilustraciones: José Clémen. Tapa: Pablo A. Pereyra.

sábado, 23 de abril de 2011

Unas pocas palabras valen más que cualquier imágen

-Eran como carros de supermercado -dijo ella- esos changos del Coto, pero más altos. Cabía una persona parada, Bah, no tan altos. Las personas eran todas chinas. Iban ahí, derechitas, con los brazos a los costados del cuerpo. Las más osadas enganchaban tímidas los dedos del enrejado del carro. Andaban por acá y por allá, a toda velocidad, y sólo se detenían al llegar a las vías. Ahí quietísimas esperaban a que terminaran de pasar los enormes edificios. Esas especies de monoblocks que se deslizaban sobre los rieles, con todo y sus habitantes asomados a las ventanas, viendo cambiar el paisaje y puteando cada tanto por alguna camisa que se soltaba de la cuerda e iba a parar allá, a engancharse del alambrado que rodeaba la omnipresente Central Atómica.

miércoles, 20 de abril de 2011

Dime con quien andas...

Gildo Insfran. Un hombre que sabe elegir sus amigos.

La monja Martha Pelloni hizo pública una carta dirigida la gobernador de Formosa, Gildo Insfran, en la que denunció la explotación a la que son sometidos niñas y niños en la frotera con Paraguay y la corrupción institucional.

Goya.Ctes. Abril de 2011

Al Sr. Gobernador de Formosa
Gildo Insfran

Como coordinadora de la Red Infancia Robada, visitando Formosa el 29-30 y 31 de marzo en la ciudad de Clorinda con motivo de realizar una capacitación de Trata, Tráfico, Explotación Sexual de niños/as , adolescentes y droga, pude conocer la realidad que manifesté en los medios de comunicación locales y que posteriormente Ud. Sr. Gobernador, no solamente la negó sino que desautorizó nuestra presencia en los mismos Medios con agravios e insultos.

Ante esta circunstancia comunico y hago partícipe de la denuncia pública a los miembros de la Asamblea permanente de DD.HH con quienes comparto desde una acción ejecutiva toda defensa de situaciones donde los Derechos Humanos son atropellados.

Por eso Sr. Gobernador quiero dejar plasmado una vez más lo que vi la tarde del 29 de marzo en Clorinda paseando por el Puente Internacional (La "pasarela")

La Gendarmería de ambos países estaban sentados tomando mate y ni siquiera pedían documentos. La oficina de Migraciones estaba cerrada. La gente cubría de un lado al otro varias calles, incluyendo el puente con puestos de celulares , todo tipo de electrónica, ropa, comestibles, calzado.
Los que nos acompañaban nos mostraron las puertas de los localcitos donde guardan la mercadería con una habitación para la prostitución de menores, que funciona allí mismo donde compran sexo los mismos mercaderes y pagan con un celular, zapatos, ropa, etc.

Al costado del puente del lado de Paraguay, una gran clínica privada de un tal Martínez. No dudaron en decirnos del tráfico de órganos. Me hacía acordar a la frontera de Juarez en México. Un gran cartel de pared a pared decía "Dentista". Pensé que con un somnífero podían pasar al paciente para el otro lado.

Particularmente me impresionó la cantidad de Niños esclavos laborales porque no tenían más de 15 años. Niños mulas porque lo que llevan en el cuerpo por ley no se revisa. Llevaban grandes bolsas y cajas de mercadería en la espalda, cabeza y brazos. Dentro de 10 años no tienen riñones ni columna vertebral. sana.

La droga va y viene , los mismos chicos y taxistas te muestran quienes son los que venden y mandan pasar de un lado a otro.

Todo esto que le digo, no solo lo comenté durante la Capacitación, sino que estaban todos los medios de comunicación presente y más tarde volví a darles notas porque les interesaba ; ya que la gente tiene miedo de hablar. Los amenazan y les quitan el trabajo. No obstante hablaron de las Sendas clandestinas de todo tipo de tráfico y nos mostraron algunas.

Cuando regresábamos, la oficina de Migraciones tenía la puerta abierta y vimos cajas con ropa en el piso, todo revuelto y un hombre que al vernos nos cerró la puerta en la cara.

Al día siguiente, como todo fue dicho en los medios , la gente que fue a verificar lo comentado vieron la oficina abierta con la atención de un hombre de uniforme y sin las cajas de ropa en el piso
Todo esto para que comparemos los grandes diálogos de nuestros políticos y sus discursos con las verdaderas decisiones que muestran la realidad que le describo.

Su personal de inteligencia que tenía presente en la sala de capacitación se extendía hacia fuera de la sala porque contábamos con la presencia de gente de los Pueblos originarios y el sacerdote Francisco Nazar que fue seguido hasta el hotel donde tuvo que encarar con su custodio a quienes lo perseguían.

Ud. es conocedor de la denuncia y del pedido de Habeas Corpus que con posterioridad tuvo que hacer Francisco Nazar.

Su gobierno tiene instalada la corrupción Institucional que destruye todo intento de democratización y saneamiento de la convivencia ciudadana.Con tantos años de gobierno ha matado la libertad de los Formoseños con las armas más siniestras y cobardes de esgrimir: La Mentira y la Amenaza

Martha Pelloni

domingo, 17 de abril de 2011

Uno de los lindos

Editorial Codex. Buenos Aires 1951.
Traducción de Elsa Oesterheld.
lustraciones de Carlos Freixas.

sábado, 9 de abril de 2011

Regla cuarta del Buen Escritor

Un Cuento Chino

Todo escritor debe saber que aunque le parezca fácil de escribir aquel libro que leyó un día, eso es nada más que un engaño, un ardid de su propia mente para levantarle la autoestima.

Ejemplo:

Acabo de leer "El Mármol" de Cesar Aira. Otra preciosa edición de La Bestia Equilátera. Mucha imaginación. Muchísima. Inigualable obsesión con los chinos supermercadistas. Estructura lo suficientemente simple como para no enturbiar la obra y un oficio de escritor que sólo se logra después de escribir cincuenta novelas.
Para leer en ese fin de semana que te quedás solo y podés comer en la cama. Muy buena.

sábado, 2 de abril de 2011

El más pequeño

Joyas de la Literatura Universal. Anteojito. Producciones García Ferré.

Cuanto ingenio que tengo

Pensaba escribir aquí algo bien ridículo, pero estos muchachos del peronismo sindical te entregan el trabajo ya hecho. Por mucho menos que esto, Cosimo se subió a un árbol y no bajó nunca más.Flor de gorila el pibe.

lunes, 21 de marzo de 2011

Postre

García se crió en una familia que tenía como costumbre, comer postre después de cada comida. Con los años formó su propio hogar y en este nuevo entorno la costumbre del postre se abandonó. Él fácilmente la olvidó y nunca volvió a pensar en eso.

La niñez de García se repartió entre la familia y los postres. La escuela y Ana. Ana y la escuela eran lo mismo. Llegaba al aula y ella le clavaba la mirada, y así, envuelto en esa burbuja de celofán verde, transcurrían las horas de clase. Sus ojos perdidos en los de ella.

Un día la burbuja no llegó a formarse. A pesar de que los ojos de Ana se apoderaron de su mirada, las lágrimas de ella impidieron el hechizo. Ese día Ana comunicó a todos que sus padres se iban del país, y ella de la escuela.

Los primeros días García se sintió raro. Al tiempo se empezó a mejorar, hasta que por fin olvidó el asunto.

Justamente hoy recordaba todo esto al llegar a su casa con el telegrama de despido y observar el desorden. Los roperos casi vacíos anunciaban que su esposa finalmente se había ido, llevándose a los chicos y sin dejar siquiera la clásica nota de despedida sobre la mesa.

Salió a la calle y caminó durante horas con las manos en los bolsillos hasta que comenzó a oscurecer. Se metió en un bar y comió hasta el hartazgo. Cuando la camarera se acercó con la cuenta, y sin poder apartar la mirada de sus enormes ojos verdes pidió un flan con dulce de leche.

viernes, 18 de marzo de 2011

El árbol de Remolachas Cocidas


Hacían falta sólo dos pasos fuera de la casa para que el fondo de mi abuelo se transformara en una selva. Detrás de las primeras plantas que crecían achaparradas a orillas del cemento comenzaba una maraña de árboles que se cerraba, metro a metro hasta hacer casi imposible el paso de una persona. Todas las tardes, mi abuelo se ayudaba con el machete abriéndose camino hasta perderse en la oscuridad. Yo lo observaba a través de mi ventana. Allí iba él, despareciendo entre el follaje para alimentar al lobo. Yo esperaba en mi habitación hasta la noche, cuando él regresaba con el tesoro del más precioso de los frutales: el árbol de remolachas cocidas.

Mi abuela ya no estaba. Había muerto de algo que, según mi abuelo, le pasa a las mujeres, y mis padres venían muy poco, sólo cuando sus trabajos en Buenos Aires se lo permitían.

El sonido del machete sobre el mármol era la señal. Yo corría hacia la cocina y encontraba los dos platos, con las enormes remolachas aun tibias, recién arrancadas y cortadas en perfectas rodajas. Y las devorábamos en silencio. El lobo para esa hora dejaba de aullar. Después mientras yo lavaba los platos, él limpiaba su machete cuidadosamente, quitando todas las manchas rojas que se secaban en el filo. Yo volvía a mi habitación. Mi abuelo se sentaba en un viejo sillón del fondo, y pasaba horas mirando su bosque mientras fumaba uno tras otro. Y el lobo volvía a aullar.

Un día, hace mucho, se internó en el bosque. Pasó el tiempo, mis padres dejaron de venir y me quedé sola. Me cuesta cada vez más dormir, me aterrorizan los aullidos y extraño mis remolachas cocidas.

jueves, 10 de marzo de 2011

Felisberto Hernández


Aquí va un fragmento, sólo el comienzo, de un cuento de Felisberto Hernández. Ojalá lleve a alguien a buscar el resto. El final del cuento y en definitiva el libro, que se llama "Nadie encendía las lámparas".

Menos Julia

En mi último año de escuela veía yo siempre una gran cabeza negra apoyada sobre una pared verde pintada al óleo. El pelo crespo de ese niño no era muy largo; pero le había invadido la cabeza como si fuera una enredadera; le tapaba la frente, muy blanca, le cubría las sienes, se había echado encima de las orejas y le bajaba por la nuca hasta metérsele entre el saco de pana azul. Siempre estaba quieto y casi nunca hacía los deberes ni estudiaba las lecciones. Una vez la maestra lo mandó a la casa y preguntó quién de nosotros quería acompañarlo y decirle al padre que viniera a hablar con ella. La maestra se quedó extrañada cuando yo me paré y me ofrecí, pues la misión era antipática. A mí me parecía posible hacer algo y salvar a aquel compañero; pero ella empezó a desconfiar, a prever nuestros pensamientos y a imponernos condiciones. Sin embargo, al salir de allí, fuimos al parque y los dos nos juramos no ir nunca más a la escuela.

Una mañana del año pasado mi hija me pidió que la esperara en una esquina mientras ella entraba y salía de un bazar. Como tardaba, fui a buscarla y me encontré con que el dueño era el amigo mío de la infancia. Entonces nos pusimos a conversar y mi hija se tuvo que ir sin mí.

Por un camino que se perdía en el fondo del bazar venía una muchacha trayendo algo en las manos. Mi amigo me decía que él había pasado la mayor parte de su vida en Francia. Y allá, él también había recordado los procedimientos que nosotros habíamos inventado para hacer creer a nuestros padres que íbamos a la escuela. Ahora él vivía solo; pero en el bazar lo rodeaban cuatro muchachas que se acercaban a él como a un padre. La que venía del fondo traía un vaso de agua y una píldora para mi amigo. Después él agregó:

-Ellas son muy buenas conmigo; y me disculpan mis...

Aquí hizo un silencio y su mano empezó a revolotear sin saber dónde posarse; pero su cara había hecho una sonrisa. Yo le dije un poco en broma:

-Si tienes alguna... rareza que te incomode, yo tengo un médico amigo...

Él no me dejó terminar. Su mano se había posado en el borde de un jarrón; levantó el índice y parecía que aquel dedo fuera a cantar. Entonces mi amigo me dijo:

-Yo quiero a mi... enfermedad más que a mi vida. A veces pienso que me voy a curar y me viene una desesperación mortal.

-¿Pero qué... cosa es ésa?

-Tal vez un día te lo pueda decir. Si yo descubriera que tú eres de las personas que pueden agravar mi... mal, te regalaría esa silla nacarada que tanto le gustó a tu hija.

Yo miré la silla y no sé por qué pensé que la enfermedad de mi amigo estaba sentada en ella.

...y sigue.

martes, 8 de marzo de 2011

"La Cordobesa" otra historia que ya no aparecerá en Sagrada

¡Eh! Vení ¿me regalás cincuenta pesos? No te digo que me prestes porque no te los voy a devolver. Bueno ¡eh! por lo menos te voy de frente ¿Qué querés que te devuelva, si nunca tengo un mango. ¡Dale, amigo! ¿Qué te hace cincuenta pesitos? Es un asunto entre hombres ¿me entendés? Me la paso todo el día acá, secuestrado; un día que pinta salir y yo sin filo. Tengo una cordobesa que no sabés como está ¡juaaa! ¡Qué caramelito papá! Pero no puedo andar sin guita ¡dale! Tengo que descargar tensiones, todo el día acá, me va a matar el estrés. Mirá que si sigo así, cualquier día de estos me da un bobazo y se te va la empresa a la mierda. Haceme la gamba; la invito unas copas, me pego un revolcón, el domingo me confieso y arranco semana santa livianito de cuerpo y alma, como dicen. ¡Dale, copate! Regalame cincuenta pesos. Que la Cordobesa ya me avisó, que no me fía más, me avisó

domingo, 6 de marzo de 2011

Un cuento de Horacio Quiroga

Juan Polti, half-back

Cuando un muchacho llega, por a ó b, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente. Es un paraíso demasiado artificial para su joven corazón. A veces pierde algo más, que después se encuentra en la lista de defunciones.
Tal es el caso de Juan Polti, half-back del Nacional de Montevideo. Como entrenamiento en el juego, el muchacho lo tenía a conciencia. Tenía además una cabeza muy dura, y ponía el cuerpo rígido como un taco al saltar; por lo cual jugaba al billar con la pelota, lanzándola de corrida hasta el mismo gol.
Polti tenía veinte años, y había pisado la cancha a los quince, en un ignorado club de quinta categoría. Pero alguien del Nacional lo vio cabecear, comunicándolo enseguida a su gente. El Nacional lo contrató, y Polti fue feliz.
Al muchacho le sobraba, naturalmente, fuego, y este brusco salto en la senda de la gloria lo hizo girar sobre sí mismo como un torbellino. Llegar desde una portería de juzgado a un ministerio, es cosa que razonablemente puede marear; pero dormirse forward de un club desconocido y despertar half-back del Nacional, toca en lo delirante. Polti deliraba, pateaba, y aprendía frases de efecto:
-Yo, señor presidente, quiero honrar el baldón que me han confiado.
Él quería decir blasón, pero lo mismo daba, dado que el muchacho valía en la cancha lo que una o dos docenas de profesores en sus respectivas cátedras.
Sabía apenas escribir, y se le consiguió un empleo de archivista con 50 pesos oro. Dragoneaba furtivamente con mayor o menor lujo de palabras rebuscadas, y adquirió una novia en forma, con madre, hermanas, y una casa que él visitaba.
La gloria lo circundaba como un halo.
"El día que no me encuentre más en forma -decía-, me pego un tiro".
Una cabeza que piensa poco, y se usa, en cambio, como suela de taco de billar para recibir y contra-lanzar una pelota de fútbol que llega como una bala, puede convertirse en un caracol sonante, donde el tronar de los aplausos repercute más de lo debido. Hay pequeñas roturas, pequeñas congestiones, y el resto. El half-back cabeceaba toda una tarde de internacional. Sus cabezazos eran tan eficaces como las patadas del team entero. Tenía tres pies, ésta era su ventaja.
Pues bien: un día Polti comenzó a decaer. Nada muy sensible, pero la pelota partía demasiado a la derecha o demasiado a la izquierda; o demasiado alto; o tomaba demasiado efecto. Cosas éstas todas que no engañaban a nadie sobre la decadencia del gran half-back. Sólo él se engañaba, y no era tarea amable hacérselo notar.
Corrió un año más, y la comisión se decidió al fin a reemplazarlo. Medida dura, si las hay, y que un club mastica meses enteros; porque es algo que llega al corazón de un muchacho que durante cuatro años ha sido la gloria de su field.
Cómo lo supo Polti antes de serle comunicado, o cómo lo previó -lo que es más posible- son cosas que ignoramos. Pero lo cierto es que una noche el half-back salió contento de casa de su novia, porque había logrado convencer a todos de que debía casarse el 3 del mes entrante, y no otro día. El 2 cumplía años ella y se acabó.
Así fueron informados los muchachos esa misma noche en el club, por donde pasó Polti hacia media noche. Estuvo alegre y decidor como siempre. Estuvo un cuarto de hora, y después de confrontar, reloj en mano, la hora del último tranvía a la Unión, salió.
Esto es lo que se sabe de esa noche. Pero esa madrugada fue hallado el cuerpo del half-back acostado en la cancha, con el lado izquierdo del saco un poco levantado, y la mano derecha oculta bajo el saco.
En la mano izquierda apretaba un papel, donde se leía: "Querido doctor y presidente: Le recomiendo a mi vieja y a mi novia. Usted sabe, mi querido doctor, por qué hago esto. ¡Viva el club Nacional!".


Y más abajo, estos versos:

"Que siempre esté adelante
el club para nosotros anhelo
Yo doy mi sangre por todos mis compañeros,
ahora y siempre el club gigante
¡Viva el club Nacional!"

El entierro del half-back Juan Polti no tuvo, como acompañamiento de consternación, sino dos precedentes en Montevideo. Porque lo que llevaban a pulso por espacio de una legua era el cadáver de una criatura fulminada por la gloria, para resistir la cual es menester haber sufrido mucho tras su conquista. Nada, menos que la gloria, es gratuito. Y si se la obtiene así, se paga fatalmente con el ridículo, o con un revólver sobre el corazón.

Este cuento fue escrito por Horacio Quiroga inspirado en el suicidio de Abdón Porte, ocurrido el 5 de mayo de 1918. Hoy una de las tribunas del Gran Parque Central, estadio del Club Nacional de Fútbol, lleva su nombre.

viernes, 4 de marzo de 2011

Regla tercera del Buen Escritor


Todo escritor debe considerar el derecho del lector a creer que hay una moraleja detrás de cada relato, aunque esto al autor le parezca una pelotudez.

Ejemplo:

Escribe el autor:

Tanto le creció la nariz al pobre Pinocho, que ya no le dio el ángulo para girar la cabeza y escapar de la barriga de la Ballena.


Piensa el lector:


Se refiere sin duda a aquel funcionario que durante tantos años no hizo otra cosa que negar cosas tan evidentes como la inflación, con el único objetivo de agradar a sus superiores, y hoy todos, incluso aquellos tan defendidos, opinan que es un pobre gil.

sábado, 26 de febrero de 2011

Argentina 2011. Año del Realismo Mágico.



Y Juan Rulfo como jefe de campaña. Perón y Evita vuelven. Nestor vive y Ricardito de anota con la cara de papá. Realismo mágico, señores ¡Viva Comala!

martes, 22 de febrero de 2011

"Milanesa" una escena que ya nunca aparecerá en Sagrada

-¡Estas son milanesas! -no paraba de decir el Negro sin poder reprimir las explosiones de pan rallado que se salpicaban sobre el piso grasiento-. Viste que te dije, no le comprés más a la paraguaya, que la carne es un asco ¡Esto es carne, chabón! -insistía mirando de reojo las máquinas paradas por la hora del almuerzo-.Seguro fuiste del Ramón, ése gasta buena merca, sale dos mangos más, pero vale la pena; No sé de adónde se la traen, pero tiene la mejor carne de toda la Sagrada y no la porquería ésa que me traes siempre. Hoy te portaste, vas a ver, ahora te hago andar las máquinas como relojito ¡Sos un fenómeno! -El último pedazo se lo guardo al Tranco ¿Te conté que me encontré un perro? Bah, él me encontró a mí. Viene y me rasca la puerta, y yo lo hago entrar, le tiro algo de morfar y después se echa ahí, entre las medias falladas, y se duerme. No te jode que lo deje entrar, ¿no? Es buenito, y me hace compañía. Si no, la noche, acá, en el galpón, solo... Ahora, si te jode, lo rajo y chau. No me la voy a jugar por un perro cualquiera. Yo más que nada necesito laburar y vos me das la oportunidad, a mi edad. Yo te re agradezco, si no querés animales hoy mismo le doy pista. No te calentés. Ahora cuando venga, me hago el boludo y no le abro nada -dijo empujándose el último pedazo de milanesa. –Pero qué raro, a esta hora siempre esta paradito en la puerta. Qué raro. Y su voz se perdió en el ruido de las máquinas que ya volvían a funcionar.

sábado, 19 de febrero de 2011

REGLA SEGUNDA DEL BUEN ESCRITOR




Regla Segunda del buen Escritor

Todo escritor debe estar dispuesto a reunir en su casa un grupo heterogéneo de amigos e invitarlos con un estofado. Los amigos sentirán el deber inpostergable de traer alguna botella de vino.

Ejemplo:

-Che, Luis ¿te venís el viernes a comer un estofado?
-Dale ¿qué llevo?
-No sé, fijate. Le digo también a Rey... esperá que me suena el otro teléfono. Hola... ¿qué hacés Darío?... si, voy a estar... ¿Por qué no te venís a la noche y nos comemos un estofado?... Joya, nos vemos.

martes, 15 de febrero de 2011

Jerome David Salinger

Este cuento de Salinger me llegó gracias a la gente de
"La máquina del tiempo". Es un texto inédito que fue traducido por Juan Forn. Un hallazgo, además de un gran cuento.

El extraño

La mucama que abrió la puerta del departamento. Era joven, desdeñosa y tenía todo el aspecto de trabajar por horas.

—¿A quién quiere ver? —preguntó con hostilidad al muchacho.

—A la señora Polk —dijo él. Ya le había repetido cuatro veces por el portero eléctrico a quién quería ver. Debió ir un día en que no encontrara idiotas contestando el portero eléctrico y abriendo la puerta. Un día en que no sintiera irreprimibles deseos de arrancarse los ojos, para librarse para siempre de la fiebre del heno. En realidad, no debió ir en absoluto. Hubiera llevado a su hermanita Mattie al grasoso restaurante chino que tanto le gustaba, después a una matineé y de allí directamente a la estación de tren, sin prestar atención a las desordenadas emociones que lo embargaban, sin imponérselas a ningún extraño. Quizá no fuera demasiado tarde para sonreír como un retardado, inventar alguna excusa y huir de allí.

La mucama los dejó pasar, mientras murmuraba con fastidio que la señora estaba bañándose seguramente, y el muchacho de ojos enrojecidos y la niñita larguirucha entraron en el departamento. Era uno de esos espantosos lugares caros típicamente neoyorquinos, que sólo alquilan las parejas recién casadas (seguramente porque a la novia le empezaron a doler los pies cuando entró allí con el tipo de la inmobiliaria).

El living, en donde se les ordenó esperar, tenía demasiadas sillas y parecía que las lámparas se hubieran reproducido durante la noche. Pero, en un estante sobre la chimenea, había algunos libros interesantes. El muchacho se preguntó quién habría leído allí a R. M. Rilke y Hermosos y Malditos. ¿Pertenecían a la chica de Vincent o al marido de la chica de Vincent? Estornudó y reparó de pronto en una pila de discos. Levantó el que estaba encima de todos: era una vieja grabación de Bakewell Howard, antes de que se volviera comercial. ¿A quién pertenecía, a la chica de Vincent o a su marido? Dio vuelta el sobre del disco y vio un trozo de cinta adhesiva, en donde alguien había escrito con tinta verde: Helen Beebers, Cuarto 202, Rudenweg. ¿Entiendes, ladrón?

El muchacho sacó un pañuelo del bolsillo del pantalón y estornudó nuevamente, mirando la cubierta del disco. En su cabeza resonó la hermosa y áspera trompeta de Bakewell Howard. Y oyó entonces la música de los años irrecuperables: los buenos tiempos en que todos los muchachos muertos del Regimiento estaban vivos y bailaban en las fiestas de otros chicos muertos; aquellos años en que cualquiera que pudiese bailar no tenía la más remota idea de que existieran lugares como Cherburgo, Saint Malô el bosque do Hürtgen o los Ardenas. Oyó esa música hasta que su hermanita empezó a practicar eructos.

—Basta, Mattie —dijo, volviéndose hacia ella.

En ese momento resonó en la habitación una voz femenina, tan ronca como adorable, y apareció una mujer joven en el living.

—Perdón por haberlo hecho esperar —dijo--. Soy la señora Polk. No sé cómo se arreglarán para colgarlas. Estas ventanas son tremendamente simpáticas, pero no puedo soportar la visión del edificio de enfrente. —Entonces reparó en la presencia de la niñita que estaba sentada con las piernas cruzadas en una de las sillas.

—¡Oh! —exclamó, extasiada—. ¿Es su hija? Qué criatura adorable.

El muchacho sacó con urgencia su pañuelo y estornudó cuatro veces antes de responder a la chica de Vincent:

—Es mi hermana Mattie. Y no soy el tipo de las cortinas, si eso es...

—¿No es el de las cortinas? ¿Qué le pasó en los ojos?

—Fiebre del heno. Me llamo Babe Hodswaller; estaba en el ejército con Vincent Cauifield. —Estornudó nuevamente. —Éramos muy amigos... Por favor, no me mire así cuando estornudo. Mattie y yo vinimos a la ciudad a almorzar y al teatro y se me ocurrió pasar por aquí. Supongo que debí telefonear antes, o algo por el estilo. Estornudó otra vez y, cuando levantó la cabeza, la chica de Vincent estaba mirándolo. Era realmente hermosa. Podría haber encendido un cigarrillo y conservar esa hermosura.

—Ah —dijo ella, en voz algo baja para su registro habitual—. Esta habitación es más oscura que una tumba. Vamos al dormitorio. —Giró sobre sus talones e inició la marcha. Sin volverse dijo:

—Vincent te nombra en una de las cartas que me escribió. Vives en un lugar que empieza con V, ¿no es así?

—Valdosta. Queda cerca de Nueva York.

Entraron en un cuarto más iluminado, obviamente el dormitorio de la chica de Vincent y su marido.

—Odio ese living. Siéntate en la silla. Saca la ropa de allí y déjala en el suelo. Mi querida, tú siéntate en la cama, a mi lado. ¡Qué hermoso vestido! Bueno, ¿para qué querías verme? Oh, perdona. Trataré de no mirar cuando estornudas.

Ni siquiera en los tiempos más remotos existía la posibilidad de que un hombre no sucumbiera a los letales efectos de la belleza. Vincent pudo haberle avisado. Vincent le había avisado. En vano.

—Bueno, pensé… —dijo Babe.

—Espera. ¿Por qué no estás en el ejército? —preguntó la chica de Vincent—. ¿O acaso no estabas en el ejército? ¿Saliste merced a esa cosa nueva del puntaje?

—Tiene ciento siete puntos —dijo Mattie—. Le dieron cinco medallas pero sólo puede usar una plateada y pequeñita, que vale igual que cinco de las doradas, No se puede poner las cinco en la tina. Aunque quedarían mejor. Parecerían más. Pero él ni siquiera usa el uniforme. Me lo dio a mí. Lo tengo guardado en una caja.

Babe cruzó sus largas piernas como la mayoría de los tipos altos, apoyando el tobillo de una contra la rodilla de la otra.

—Me dieron la baja —dijo. Miró el bordado de su media, una de las cosas menos familiares del nuevo mundo, en donde nadie usaba botas ni uniforme de combate, y luego a la chica de Vincent. ¿Era real?

—Salí la semana pasada.

—Vaya, qué bueno.

No parecía importarle gran cosa. ¿Por qué habría de importarle? Babe se limitó a asentir y dijo:

—Sabía... sabía que Vincent… que lo mataron, ¿verdad?

—Sí —dijo ella.

Babe asintió y cambió de posición en su silla, apoyando el otro tobillo en la otra rodilla.

—Su padre me llamó para avisarme —dijo la chica de Vincent—. Cuando atendí pidió por "la señora". Me conoce desde niña y no pudo acordarse de mí nombre. Sabía perfectamente que yo amaba a Vincent y que era hija de Howie Beebers. Supongo que creería que aún nos veíamos; con Vincent, quiero decir.

Apoyó la mano en la nuca de Mattie y contempló su bracito derecho, que casi la rozaba. No porque hubiera visto algo raro, simplemente porque estaba bronceado, terso, desnudo.

—Quizá le Interese saber cómo ocurrió —dijo Babe y estornudó varias veces varias veces. Cuando guardó el pañuelo la chica de Vincent estaba mirándolo en silencio. Era una situación confusa, irritante. Quizás ella sólo quería que acabara con las introducciones. —No se puede decir que estuviera feliz ni nada cuando murió. Lo siento. No se me ocurre nada agradable que decir.

Pero me gustaría contárselo todo.

—No me mientas. Quiero saber la verdad —dijo ella. Quitó su mano de la nuca de Mattie y se quedó sentada sin mirar a ningún sitio en especial.

—Murió por la mañana. Estábamos con otros cuatro soldados alrededor de un fuego que habíamos hecho. En el bosque de Hurtgen.

De pronto cayó un proyectil de mortero. No hacen el menor ruido; es imposible saber cuándo van a caer. Vincent y otros tres resultaron heridos. Murió en la carpa de enfermería, unos minutos después de la explosión.

—Babe se detuvo para estornudar y luego continuó: —Creo que tenía demasiado dañado todo el cuerpo como para tener conciencia de otra cosa fuera de la súbita oscuridad. No parecía dolerle. Se lo juro. Estaba con los ojos abiertos. Creo que me reconoció y me escuchó mientras le hablaba pero no dijo una palabra. Lo último le había oído decir fue que alguno de nosotros tendría que buscar algo de leña para reavivar el fuego, preferiblemente el más joven. La clase de cosas que decía siempre. —En ese punto del relato Babe calló, porque la chica de Vincent estaba llorando y no sabía qué hacer al respecto.

—Una vez estuvo en casa. Era divertidísimo. De veras —dijo Mattie a la chica de Vincent. Ella seguía llorando, cubriéndose la cara con la mano, pero oyó las palabras de Mattie. Babe se miró el zapato de civil y rogó que ocurriera algo agradable; por ejemplo, que la chica de Vincent, la maravillosa chica de Vincent, dejara de llorar.

Cuando eso ocurrió, y no pasó mucho tiempo, siguió hablando.

—Usted está casada y no vine a torturarla ni nada por el estilo. Pero, por lo que Vincent me contó, pensé que lo querría mucho y que le gustaría saber todo esto. Lamento ser un desconocido con fiebre del heno que vino a la cuidad a almorzar y al teatro. Es más bien sórdido. Todo parece sórdido, quiero decir. Sabía que no serviría de nada pero vine de todos modos. No sé qué me pasa desde que volví.

—¿Qué es un mortero? ¿Un cañón o algo así? —preguntó la chica de Vincent.

Uno jamás podía prever lo que haría o diría una chica.

—Pues, algo así. Pero no hace ruido ni nada. Lo siento.

Se estaba disculpando demasiado, pero tenía la necesidad de pedir disculpas a todas las chicas que habían perdido a sus amantes a causa de un impacto de mortero que no hubiera hecho ruido antes de explotar. Le preocupaba haber hablado de más y con excesiva frialdad a la chica de Vincent. La maldita fiebre del heno no simplificaba las cosas, ciertamente. Pero lo más terrible era la manera en que su mente quería contar esas cosas a los civiles; eso era mucho peor que sus palabras.

Su mente de soldado, que valoraba la precisión por encima de todo. Con respecto a los detalles, no quería dar el menor margen a una interpretación errónea. Había que abalanzarse sobre todas las mentiras. No permitir que la chica de Vincent pensara que él había pedido un cigarrillo antes de morir, que había hecho una mueca irónica o pronunciado una frase para la posteridad. Esas cosas sólo ocurrían en el cine y en los libros, salvo rarísimas excepciones de tipos que eran incapaces de limitar sus últimos minutos al agotador regocijo de estar vivo.

Que la chica de Vincent no se engañara, no importaba cuánto lo hubiera amado. Había que enfocar cuanta mentira rondara cerca y destruirla. Por eso habla sido afortunado, por eso había vuelto. Porque debía proteger a los inocentes.

Babe descruzó las piernas, se frotó la frente con la palma de las manos y estornudó una docena de veces. Después se secó los irritados ojos con un pañuelo limpio, lo guardó y dijo:

—Vincent la quería con locura. No sé bien por qué dejaron de verse, pero sé que nadie tuvo la culpa. Esa es la sensación que me daba él cuando hablaba de ustedes: que nadie tuvo la culpa, No debería preguntar esto, al estar usted casada, pero ¿cree que alguien tuvo la culpa?

—Sí, él tuvo la culpa.

—¿Y por qué se casó con el señor Polk, entonces? —preguntó Mattie.

—Él tuvo la culpa. Yo lo amaba. Amaba su casa y a sus hermanos y a su padre y a su madre, Babe. Yo amaba todo. Pero Vincent era incapaz de creer en nada. Si era verano él no se lo creía, si era invierno él no se lo creía. No podía creer en nada desde que murió su hermano, el pequeño, Kenneth.

—El tenía debilidad por el pequeño, ¿no es así?

—Sí. Pero yo lo amaba. Te lo juro —dijo la chica de Vincent, rozando el brazo de Mattie.

Babe asintió. Conteniendo un estornudo sacó algo del bolsillo interior del saco.

—Este es un poema que escribió —dijo—. De veras. Una vez le pedí sobres de vía aérea y en el dorso de uno de ellos me encontré esto. Guárdelo, si quiere. —Estiró su brazo y no pudo evitar que los puños blancos de su camisa lo fascinaran. Ella tomó el sobre sucio de papel vía área del ejército, Estaba doblado en dos y tenia los bordes arrugados. Leyó el titulo del poema moviendo silenciosamente los labios.

—Dios mío ¡Señorita Beebers! Me llama señorita Beebers.

Volvió los ojos al poema y lo leyó para sí, moviendo los labios. Cuando llegó al final sacudió la cabeza, pero no cómo si estuviera negando algo. Luego de leerlo otra vez dobló el sobre varias veces, como si fuera necesario hacerlo pasar inadvertido, y lo guardó en el bolsillo de su pollera.

—Señorita Beebers —repitió levantando la cabeza, como si alguien hubiera entrado en el dormitorio.

Babe se irguió en su silla, para anticipar que iba a levantarse,

—El poema —dijo—. Eso era todo. —Se puso de pie y Mattie lo imitó instantáneamente. La chica de Vincent también se paró. Babe le tendió la mano y ella retribuyó educadamente.

—Supongo que no debí venir —dijo—. Tenía los mejores motivos. Y los peores. Me estoy comportando de manera extraña. No sé qué me pasa. Adiós.

—Me alegra que hayas venido, Babe.

Esas palabras Lo hicieron llorar, por lo cual salió bruscamente del dormitorio y se dirigió a la puerta principal. Mattie iba detrás y la chica de Vincent los seguía con cierta lentitud. Cuando Babe estuvo en el vestíbulo, junto al ascensor, ya se había recuperado.

—¿Podremos tomar un taxi? —preguntó a la chica de Vincent—. Quiero decir si hay taxis por la calle. Ni me fijé cuando veníamos hacia aquí,

—A esta hora es muy probable, —¿Quiere venir a almorzar y al teatro con nosotros? —le propuso entonces,

—No puedo. Tengo que... No puedo. De veras. Aprieta el botón de arriba, Mattie. El otro no anda. Babe le tendió la mano nuevamente, dijo "adiós" y se paró junto a Mattie frente a las puertas del ascensor.

—¿Qué piensas hacer ahora? —casi le gritó la chica de Vincent.

—Ya le dije, Pensábamos ir...

—Me refiero a qué piensas hacer ahora que estás fuera del ejército.

—Ah —dijo Babe y estornudó—. No lo sé. ¿Hay algo que hacer acaso? Estaba bromeando. Supongo que iré a la universidad. Y después me dedicaré a enseñar. Como mi padre.

—Escucha, ¿Por qué no invitas a alguna chica divertida a bailar esta noche?

—No conozco ninguna chica divertida para bailar. Llama el ascensor, Mattie.

—Babe —dijo la chica de Vincent con ansiedad—, llámame por teléfono cuando quieras. Por favor. Mi número está en la guía.

—No es eso. Conozco algunas chicas.

—Está bien. Pero quizá podamos almorzar algún día o ir al teatro, Bob siempre consigue entradas. Mi marido. O quizá puedas venir a cenar.

Babe sacudió la cabeza y apretó él mismo el botón del ascensor.

—Por favor —dijo ella.

—No se preocupe. No es nada serio. Sólo que aún no me acostumbro.

Las puertas del ascensor se abrieron. Mattie saludó con la mano y entró con Babe en el ascensor. Las puertas se cerraron con estrépito.

No pasaba ningún taxi por la calle. Caminaron hacia el oeste, rumbo a Central Park. Las tres largas cuadras entre Lexington y la Quinta Avenida parecían opacas y crepusculares, como sólo pueden estarlo a fines de agosto, Un portero gordo, con un cigarrillo en la mano, paseaba un perro por la avenida Madison. Babe pensó que durante la batalla de las Ardenas ese tipo había estado paseando el perro diariamente. No podía creerlo, podía creerlo pero le parecía imposible. Mattie depositó su manito en la de él. Estaba hablando de una obra de teatro.

—Mamá dijo que fuéramos a verla. Dijo que, si te gustaba Frank Fay... Es la historia de un hombre que habla con un conejo cuando está borracho. ¡O si no Oklahoma! Mamá dijo que te encantaría, también. Roberta Cochran la vio y dijo que era divertidísima,

—¿Quién la vio?

—Roberta Cochran. Está en mi clase. Quiere ser bailarina. El papá se cree muy gracioso. Una vez fui, a su casa y se la pasó haciéndonos chistes estúpidos. Es insoportable. —Mattie calló un momento y luego dijo:

—Babe.

—Qué

—¿Estás contento de haber vuelto?

—Sí, hermana.

—¡Ay! Me estás lastimando la mano.

Babe redujo la presión y dijo:

—¿Por qué lo preguntas?

—No sé. Subamos en uno de esos ómnibus sin techo. En el piso de arriba.

—Está bien.

El sol brillaba con calidez cuando cruzaron la Quinta y siguieron caminando por la acera del Central Park. En la parada de ómnibus Babe encendió un cigarrillo y se sacó el sombrero. Una chica rubia caminaba vigorosamente por la vereda de enfrente, con una caja de sombreros del brazo. En el medio de la avenida un chico de traje azul trataba de convencer a su perro, seguramente llamado Waggy o Theodore, para que se levantara de una vez y terminara de cruzar la calle como una persona decente,

—Yo sé comer con palitos —dijo Mattie—. Me enseñó el padre de Vera Weber.

El sol daba de lleno en la pálida cara de Babe.

—Eso es algo que habrá que ver para creer, muchachita —dijo a su hermana, y le palmeó el hombro.

—Está bien. Espera y verás —dijo ella. Con los pies juntos saltó de la vereda a la calle y de vuelta a la vereda. ¿Por qué le parecía un espectáculo tan maravilloso?