lunes, 9 de junio de 2014


   Venía el 160 lleno (es en esos momentos en los que me odio por no animarme a manejar) y así como subí me fui para el fondo. En el último asiento (el de cinco) venía sentada una chica boliviana, embarazada ella y con un niño de unos seis años sentado a sus pies. Ella revisaba el cuaderno del nene y cada tanto le preguntaba algo.
-¿cuánto es tres más tres?
-cuatro- contestó el nene, así de emboquillada. La madre hizo que se enojaba -tú, qué aprendes en la escuela- le dijo y asustado el pibe apuró un -cinco, entonces-
La madre exhaló profundo y con toda la paciencia del mundo le explicó:
-Mira, tomas tres dedos de una mano, y tres más de la otra. Ahorita cuéntalos.
El niño concentrado, en voz baja y tocando con la punta de la nariz cada uno de los dedos, sumó. Corroboró otra vez  antes de responder que ahora sí, que eran seis.
-¿y cuatro más cuatro?
El niño repitió la ceremonia y respondió ocho.
-¿siete más siete?- dijo y se sonrió. El bolivianito desplegó los dedos y los contó desorientado -préstame tu mano- le dijo, luego de unos segundos a la madre. Contó, ahora sí mordiendo la victoria y dijo bien fuerte "catorce".
Se bajó una señora que iba al lado de la chica boliviana y el nene se apuró a sentarse junto a su madre. Siguieron sumando hasta que me llegó a mí el turno de bajar. 
Pero así, en el 160, por Colombres, entre México y Rivadavia, mientras uno manda un sms, otro lee o escucha música, ella le enseñó a sumar al pibe.

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