martes, 28 de mayo de 2013

Buenos Aires, 5PM


El hombre va al lado. La mujer, su mujer maneja. El tránsito esta insoportable —ojalá se pudiera ir a paso de hombre al menos —piensa ella. Él quiere terminar de redondear una idea, de cerrar una discusión. Ella protesta: —colectiveros de mierda—. Los bocinazos y el celular de él que no para de sonar —sí, yo mañana cuando vaya lo miro, y si está bien ya lo dejo trabajando... sí...— del otro lado se hace un silencio, se cortó. El hombre retoma la discusión, está defendiendo algo de lo que ya a esta altura no está tan convencido, pero sigue, mientras su mujer se concentra en el tránsito. Vuelve a sonar el teléfono —sí, ya te dije, yo me ocupo mañana... ¿qué más?— del otro lado piensa —bueno, ahora no me acuerdo qué era... cuando me acuerde te llamo— escucha el hombre a través del celular. —Ya está, no me llames más, no hay más nada que hablar —dice después de cortar. —vos siempre con lo mismo —dice ahora ella— ¿me estás escuchando o seguís con el teléfono? —y lo mira de reojo. El teléfono vuelve a sonar. El hombre lo aprieta en un puño y gruñe. Mira a ambos lados. El auto arranca. Por fin se libera el embotellamiento. Acciona el botón de la ventanilla y el teléfono vuela describiendo un arco iris invisible que ya queda muy atrás.

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